Mis letras se derriten con tu ausencia,
impuntual por insólitos inviernos
arropados por un Otoño vulnerable.
Pero ya no, hoy no escribo triste,
hoy escribo reprobatoria por no haber contestado
a mis débiles halos de madrugada;
por haber hecho que desgarre cualquier retórica mañana
con lágrimas como puñales;
por hacer que mirar a la pared del fondo no sea algo casual,
sino un hábito;
por tu sadismo inquieto, omnipresente e incomprensible
de matarme mientras aún habito en la muerte.
Dime, ¿Serías capaz, tan osada, de acometer contra cualquier belleza?
Ven conmigo, no vaciles más, lienzo de colores infinitos.
Acércate, vayamos a quemar ramos de flores;
perpetremos la caída del cielo clemente,
aunque el sí que sufra de este mundo ignorante;
ven y aniquila el momento con tu espejismo definitivo.
Que todo sea un mal trago.
Bebe de esta tinta, así, no te prometo la belleza suprema,
ni la juventud eterna ni riquezas;
no más que el elixir de ultratumba en mis ojos...
Sabes que podríamos bucear en los tuyos, o eso creo,
pero... son secos, al contrario que los míos,
propensos a la gota fría, a empapar mi pecho.
Tan sólo me bastaría que desplomaras tu respuesta de metal pesado,
y quizás álgido,
en mi dichoso cráneo.
La ventana ya se hunde de piedras,
se torna opaca y pierde su significado,
así como su función.
A momentos vacilo yo,
renqueando entre las zarzas de la senda mordaz que,
es posible que me lleve a ti.
No me importan sus roces punzantes,
dudo de si bebería mi sangre por rescatarte o que me rescates.
Por ser un mundo a parte y querer tenerte, no te tengo...
¿En que galaxia vives?,
mándame el visado con cada uno de tus matices.
Y sí, beberé mi sangre, la derramada y la que corra,
pero... aguardar a Halley me saldría más barato.
Pues airar a Poseidón no estaría de más...
¿Y si te encontraras removida entre la arena de algún mar?
Todo es tan condicional, amor...
Y ya no hablemos del viento y sus hojas o del fuego que lo traiciona...
Jurar, jurar que te he encontrado tantas veces y de tantas maneras,
en tantas faces, fauces y quimeras;
más no eras más que la ola apabullante del comienzo que,
abatida, se sume en medio de un océano "Don nadie".